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  034. Miércoles, 15 Enero, 2003

Capítulo Trigésimo cuarto: ¿porqué solo se dice lo que se piensa cuando no se piensa lo que se dice?

Hay cosas que a uno le han repetido tanto que, sin más análisis, las asume hasta que se da cuenta que tampoco tiene que ser todo verdad, que lo de “cría fama y échate a dormir” no sirve siempre y que las verdades absolutas también pueden ser estupideces mantenidas.

Toda la vida se han empeñado en que soy un vago, algo de razón deben de tener, pero estaba yo ayer pensando que la cosa tampoco puede ser para tanto y llegué a la conclusión de que lo de mi vaguería es simplemente uno de los muchos bulos que se transmiten de generación en generación. Y puedo demostrarlo.

Tengo un perro que vive conmigo desde hace cinco años, son los que tiene, es torpe, gordo, pierde pelo y anda pelín fastidiado del estómago, con lo cual a ciertas horas del día es conveniente abrir las ventanas para que se ventile la casa. Una joya, y sin embargo me acaba de servir para entender que lo del vago es una ilusión que mantienen los demás, bajarlo cuatro veces al día o levantarme sábados, domingos y fiestas de guardar en pleno enero para que el pobre mee, acaba con el mito.

Hoy ya me he alegrado el día, para que luego digan que no es fácil contentarse.