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  074. Martes 11, Marzo, 2003

Capítulo Septuagésimo cuarto: ¿Si las llamadas de los teléfonos son caras entonces porque no se le ven los ojos?

Sé por experiencia que hablar mal de las “mariliendres” trae peores consecuencias que cantar el “aserejé” en un concierto de Placido Domingo. Esas “adosadas”, tan imprescindibles a ciertas edades como los granos en la espalda, son tan defendidas a muerte por sus protegidos, que sólo el hecho de insinuar que puedan llegar a estorbar, puede acabar con una sólida amistad.

Todos los días por la segunda cadena ponen Will and Grace, Grace es el prototipo “mariliendre”, verla en cualquiera de los capítulos es la mejor definición de su personalidad, si acaso le pierde que Grace es guapa, algo de lo que habitualmente las “mariliendres” autóctonas carecen; A lo mejor es casualidad, pero la mayoría de las que conozco no quedarían ni finalistas en una nueva selección para el “hotel glamour”.

Debe de ser que sigo con el brote agudo de misoginia crónica, lo siento, se que soy irracional y tremendamente injusto, en mi defensa puedo alegar que es una enfermedad y no un vicio, además voy dando los primeros pasos para mi curación, y ya empiezan a aparecer signos esperanzadores de mejoría, doscientos miligramos por vía intravenosa de Tess cada mañana están empezando a obrar el milagro.

Pero hoy por hoy sólo ha habido una mujer a la que le he hecho caso, Blanche Devereaux, la indiscutible belleza sureña de “las chicas de oro”, de ella aprendí, además de que hay demasiados hombres para tan poco tiempo (si!!!, la frase es de la pegatina de su coche), que uno debe de mirarse siempre al espejo como si se estuviera poniendo gotas en los ojos, resulta que es la única manera de que la ley de la gravedad no nos enseñe lo irremediable. ¡La de sofocones que puede ahorrarse uno!.