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  090. Jueves, 3 Abril, 2003

Capítulo Nonagésimo: ¿Porqué los cubos de basura de los restaurantes chinos están siempre vacíos?

Anoche, una parejita de amigos de esos que reivindican que el minimalismo es algo más que una religión, celebraron su primer mes juntos invitándonos a cenar en un restaurante vegetariano.

Como mi idea de “cenar” suele ir unida a la de “comida”, tanta modernidad “fashion” me acabó sobrepasando aunque eso sí, inasequible al desaliento y con más cara de poker que nunca aguanté estoicamente aquel baño de “café-culture” en el que me vi sumergido.

Reconozco que en cuestiones de comida no soy precisamente un sibarita, normalmente con cuarto y mitad de alpiste cubro mis necesidades, pero leer en aquella carta los pures de papaya, las ensaladas al “lemongrass” o la interminable lista de “tofu a la compota de mango” anuló definitivamente mis pocas ansias de experimentar nuevos conocimientos culinarios.

Aunque faltaba lo mejor, culpa mía, resulta que pides agua para beber y te traen una carta para elegirla que no la supera ni la de grandes reservas de tinto en el “Zalacain”; Me pregunto yo que tendrán contra el agua del grifo que, al menos en Madrid, es muy buena, además como puedo elegir si se supone que, como agua que es, resulta incolora, inodora e insípida.

Al final señalé una con cara de entendido, aunque no pude evitar que el señor camarero me mirara con cara de asco cuando le pedí por favor, que me quitara las rodajitas de limón del vaso, en mi ignorancia acababa de confundir los gajos de limón con los de lima todo un sacrilegio que me devolvía de golpe al status de persona normal. Todavía me dura el disgusto.