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  117. Sábado, 17 Abril, 2003

Capítulo Centésimo decimoséptimo: ¿Una remolacha no será una patata menstruando?

A los que no nos gusta el fútbol tenemos la gran ventaja de que, gane o pierda el equipo que sea, nuestro encefalograma de emoción por el asunto sigue siendo plano.

Eso mismo me ocurre con otro tipo de partidos. Como no he votado en mi vida, ni tengo la intención de hacerlo nunca, el tema de que gane uno u otro, me produce tanta excitación como escuchar el nuevo disco de madonna (con dos "ennes" que diría el Tuentieit que diría Ali), es decir la misma que podría tener después de un lingotazo de rohipnol.

Sé que alguno intentará convencerme de lo contrario, hace bien, pero inútil ¿Hay algo más desagradable que la sensación de beber agua cuando no tienes sed?, pues la misma, oiga la misma.

Seguro que es por ser sábado (estoy relajadamente leyendo el periódico y el desayuno me espera en la mesa), y no por ninguna rara asociación de ideas, pero según escribía de esto de las elecciones, me ha llamado la atención que, por muy mala fama que tiene la mentira, ni tan siquiera está entre los siete pecados capitales, cosa que si ocurre con la gula, la lujuria o la pereza.

Por algo será que se considere causa del infierno hartarse de bombones pero no esté catalogado de ese modo mentir descaradamente, que para eso doctores tiene la iglesia.

Además, nadie duda que la mentira es uno de los rasgos de inteligencia. Aunque los animales también miente, fingen o disfrazan sus emociones, está demostrado que cuanto más cercanos estén a la evolución humana, mejores y más eficaces mentirosos son. Por supuesto todos queremos que los que nos van a gobernar sean, lógicamente, los más inteligentes.

Será que tenía razón Nietzsche cuando decía aquello de: "la peor mentira es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano".