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  126. Jueves, 29, Mayo, 2003



Capítulo Centésimo vigésimo sexto: ¿Si quieres que te persigan las mujeres, lo mejor no es ponerse delante de ellas?



Tengo disculpa, nací al lado de uno y por lo tanto juego con la ventaja de la costumbre pero me gustan los cementerios.



Es una cuestión puramente estética, todo tan colocado, todo tan puestecito, me acuerdo yo del de Père Lachaise, en París, era como recorrer un museo. ¡A ver quien me discute que no es un placer pasear sabiéndose en compañía silenciosa de La Fontaine, Moliére, Balzac, Frederick Chopin, Edith Piaf, Oscar Wilde, Marcel Proust, y hasta Abelardo y Heloísa unidos para la eternidad!



Por cierto, que la tumba más vigilada de todo el cementerio parisino, con cámaras de seguridad y hasta con gendarmes no era ninguna de las anteriores, sino la de Jim Morrison, el de The Doors, al pobre ya le habían robado cuatro veces la lápida.



Además, siempre se puede encontrar uno con sorpresas, por ejemplo desde el de Granada, donde por cierto estaban construyendo un ascensor, se pueden ver las mejores vistas de la Alhambra, o el de Viena con el doble de muertos en su cementerio que habitantes tiene la propia ciudad, una gozada.



Tengo algunos más en lista de espera, el de “La Recoleta” en Buenos Aires por aquello del morbo de Evita, el de “La Chacarita” para completar el matrimonio Perón (¿te vienes, tess?) o el de Arlington en Washington D.C, que el imperio será siempre el imperio.



Y de todas las formas siempre está bien ver como va a ser la futura casa de uno antes de habitarla definitivamente, aunque sea sobre plano, que no hay ninguna, pero ninguna prisa para la entrega de llaves.