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143. Lunes, 23 Junio, 2003



Capítulo Centésimo cuadragésimo tercero: ¿Por qué cuando un espía atrapa a otro espía le obliga a que cante y no a que baile o toque la guitarra?



Es curioso, casi todo lo que nos rodea es cuadrado, debe de ser añoranzas de la escuadra y el cartabón ahora que los arquitectos y demás “gurus” del diseño dibujan con ordenador. Pero en un mundo cartesiano y cuadriculado hasta el infinito, hay algo que se salta la norma: todas las plazas de toros son redondas.



¿Todas?, todas no que diría Axterix, hay alguna que resiste, la excepción que confirma la regla, la vi ayer por la televisión en estos días de calor donde cualquier pueblo que se precie tiene por costumbre del siglo XXI correr delante, detrás o enfrente de los toros. Es una plaza cuadrada construida sobre un antiguo campamento árabe cerca de Santa Cruz de Mudela, en Ciudad Real y es cuadrada.



Nunca he estado en una, ni redonda ni cuadrada, se me hace difícil imaginar que puede pasar allí dentro. El toro del que he estado más cerca en toda mi vida pesa cuatro mil kilos, mide trece metros y medio y es de color negro zaino.



Tiene otros noventa y cinco compañeros a los que se puede escalar, jugar, dormir, asaltar, circundar, agarrar, convivir, enganchar o trepar. Y están en su hábitat natural, donde deberían de estar todos, en el campo.