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147. Viernes, 27 Junio, 2003



Capítulo Centésimo cuadragésimo séptimo: ¿Hasta donde se lava la cara un calvo?




Resulta de lo más desagradable caerle bien a alguien que te cae mal, el problema está en que la mayoría de las veces no queda más remedio que hacerlo, y te tienes que aguantar sacando una sonrisa estúpida que disimule la cara de estreñido crónico que se te queda al tener que cruzar el saludo de rigor. Aunque le des los buenos días, lo que lo que de verdad estás pensando es que ojalá le saliera una colección de granos en el culo.




Ayer, con calor como buen jueves de verano, me tocó comer con dos de esos tipos insoportables, comer a la fuerza, por el motivo que sea, con alguien que te cae mal es peor que no comer, no tienes más remedio que soportar su conversación y encima te anulan ese sentimiento tan humano que es meterse debajo de la mesa o el impulso, más humano aún, de salir corriendo. Solo el resto de los comensales pudieron mitigar mi dolor, "snifffff".




Eso fue lo que me salvo, el resto. Sí ya lo decían los romanos, verdaderas autoridades en el tema de banquetes, orgías y demás placeres del cuerpo, una comida bien organizada nunca tendrá un número de invitados al de las hijas de Júpiter y Venus, ni un número superior a los descendientes de Zeus y Mnemóside. Tres eran las Gracias y nueve las Musas.




¡Y como no coincidir con los expertos! Comer dos nada más se podría justificar en determinadas circunstancias donde o la cosa va de rutina o lo que menos importa es la comida, comer tres personas sólo debería de ocurrir en situaciones extrañas, que siempre acaba sobrando uno, pero cuatro -tres y el anfitrión- es el número mínimo para que una buena conversación empiece a ser interesante. Más de nueve ya estaría cercano a un banquete nupcial "de luxe".




Al final no salió tan mal la cosa, pagó uno de ellos y yo me consolé pensando que todos tenemos por lo menos cuarto y mitad de este tipo de gente que te desespera nada más verla. A ver quien no tiene un vecino en el cuarto, ese al que le tocó la lotería, que sin saber porqué te empieza a caer mal; A ver en que departamento de contabilidad no hay un cachas al que, a pesar de tener cara de anuncio de colonia, no tragas ni en pintura.




Siempre hay gente que te cae mal sin razón aparente, forma parte de la condición humana, seguro que a ellos les pasará lo mismo conmigo, aunque conociéndome como me conozco estoy seguro de que lo suyo conmigo, no es más que pura, simple y cochina envidia, mientras que lo mío hacia ellos es una pequeña anécdota disculpable y sin maldad. Para buena gente yo. ¡Hala!