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174. Lunes, 8 Septiembre, 2003



Capítulo Centésimo septuagésimo cuarto: ¿Cómo se lavan los peces?



Venga, voy a intentar equilibrar mi misoginia militante, también los hombres tienen un montón de pequeños fallos de fábrica o vicios propios –que no exclusivos- de su sexo. Aunque hay que reconocer que la lista siempre sería más corta que si se refiriera a las mujeres. Creo.



Por ejemplo, un tio es por naturaleza lo que se denomina “un-ser-guarro”. En general tardan varios días en cambiarse de calcetines, se sacan los mocos en los semáforos, no se cortan los pelillos de la nariz, sueltan sus “efluvios” en los ascensores, llevan tres días la misma camiseta, se creen el la pasta de dientes no es más que una forma de sacarle la “idem”, y creen que echar barriga y presumir del dinero que le cuesta, es todo un símbolo de masculinidad. Para eso ellas dicen siempre, que lo importante está en el interior.



La lista podría seguir, y llegaría a ser interminable: que si les miran el culo a todas, que si el fútbol es su segundo gran amor, por supuesto detrás del coche, que si quieren sexo a todas horas y en cualquier parte, que si siempre son mejores las mujeres de los demás que la propia.



Pero quizá el “vicio” más extendido del hombre sea su absoluta candidez ante cualquier mujer, un rasgo inherente al sexo masculino y que se empieza a manifestar ya con el nacimiento. ¿Ejemplos?.. bueno, aquel niño de cuatro años que le pregunta a su abuelo:



- Abuelito, ¿mi amiga Susanita puede quedarse embarazada?


- ¡Juanito! ¿Cuantos años tiene Susanita?


- Como yo, cuatro.


- No, Juanito, tu amiga no puede quedarse embarazada.


- ¡Será guarra la tia! Con el cuento del aborto me hizo vender el triciclo
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