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206. Jueves, 23 octubre, 2003



Capítulo Ducentésimo sexto: ¿Las sillas de brazos tienen codos?



Uno, quizá por aquello de ser de provincias, nunca se ha creído mucho eso, que intentan vendernos casi todas las novelas románticas sobre que, para disfrutar del sexo, se necesitan fondos llenos de nocturnos de Chopin, aromas al incienso de Edelwais, o interminables atardeceres otoñales a la luz de la chimenea.



Hombre no digo yo que como prolegómenos no venga bien, pero sólo como prolegómenos, y que luego el componente "animal" haga de las suyas.



Y es que lo de la química sexual nos suele enganchar sin respetar lógica alguna, al menos yo prefiero el sexo con sensibilidad pero sin recato, con todos los sonidos corporales que pueda llevar asociado, alguna que otra, por no decir muchas, palabras lo más políticamente incorrectas posibles, las inevitables manchas viscosas y ese más que dudoso "olor ambiental" que acaba dominando el ambiente.



Y es que cuando deseas a alguien y estas a gusto de verdad, los pelos revueltos, los sudores, los olores y demás detalles terrenales se vuelven completamente insignificantes, o simplemente, desaparecen.



Para gustos...