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229. Martes, 25 noviembre, 2003



Capítulo Ducentésimo vigésimo noveno: ¿Cómo puede uno, por muy príncipe que sea, besar en la boca a una muerta, por muy princesa que fuere?



Hay muchas causas por las que soy alérgico a bodas, banquetes, comuniones, entierros y cualquier otro acontecimiento dónde sea necesario usar calzoncillos.



En general, las razones de este rechazo suelen ser las mismas. Independientemente de si el protagonista es un novio o un muerto, resulta que tengo cierta alergia a saludar una y otra vez y con una sonrisa forzada, a gente que parece conocerte de toda la vida pero que no recuerdo haber visto jamás, mientras aguanto en la espalda palmadita va, palmadita viene.



Evidentemente, además de esta razón, valida para cualquier tipo de reunión, cada evento presenta ciertos matices exclusivos que hacen aumentar aún más ese rechazo. Por ejemplo una boda: ¿hay algo más horroroso que el trozo de tarta de boda que siempre te ponen?



Vale, en general la comida es asquerosa, el "salpicón de mariscos" no es más que lechuga con una salsa color "crema de limpiar zapatos", la "ternera a la crema de pimienta negra" es algo semejante a lo que deja un perro con diarrea y las "patatas redondas vaporizadas" parecen cucarachas albinas a las que le han quitado las patas.



Pero el remate final de la tarta convierte todo lo comido hasta entonces en una exquisitez absoluta.



Algún día que os sintáis valientes haced la prueba y, sin que los efluvios del alcohol estén presentes en vuestras mentes, atreveros a sumergiros en una de las experiencias más asquerosas en las que puede caer el ser humano en su vida: comer tarta de boda a pelo.



Para que luego digan que ser abstemio no tiene inconvenientes.