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247. Lunes, 5 enero 2004



Capítulo Ducentésimo cuadragésimo séptimo: ¿Por qué los Picapiedra celebran la navidad si todavía no existía?



Tardan una eternidad y se van en un suspiro. Se acabaron las vacaciones, ya estoy de vuelta.



Y no hay manera, a pesar del empacho de familia, del "subidón" de colesterol, del azúcar que va a tardar en metabolizarse mínimo seis meses y de la rista de frascos de colonia Farenheit ("que-es-que--no-sabía-que-regalarte-como-no-fumas.."), que me dan para hacerle la competencia a la sección de perfumería del "corteinglés", (y eso que los reyes todavía deben de andar por los Pirineos), lo de tener que venir a trabajar hoy, me ha sentado como un tiro.



Ante todo no perder la calma, siempre es bueno un periodo de "adaptación" y, teniendo en cuenta que mañana es fiesta, no es plan de empezar a trabajar como si me fueran a pagar más por ello.



Al fin y al cabo si durante dos semanas no ha pasado nada, un día más tampoco va a ir a ningún sitio. Además, todos los expertos aseguran que en estos duros trances lo fundamental es cuidarse y no renunciar a los placeres y a los caprichos de golpe.



Por eso hoy, sólo voy a hacer lo básico, empezar por el principio, como debe de ser, con lo elemental, ... la m con la a "ma", y si le colocamos la tilde: "matilde".



Y como sé que alguno no entenderá este afán mío por no tener prisa en retomar mi estresante mi "vida laboral", (que hay gente muy mala), aquí va una pequeña, pero ilustrativa historia. Y que conste que es ninguna manera de buscar disculpas, ya sabéis que no es mi estilo, más bien es la pura y dura realidad.



Dos prisioneros que compartían la misma celda, se enteraron a través del guardián de que por orden del rey, uno de ellos sería castrado y el otro decapitado.

Uno de ellos, más astuto que el otro, empezó a quejarse de inmediato, gritando que le dolían los testículos, que le dolían mucho y que pedía un alivio.

Gritó tan fuerte que el guardián fue corriendo, armado con un sable afilado, y le desembarazó de los dos objetos de su dolor.

El prisionero sufrió muchísimo el resto de la noche, pero en el fondo de sí mismo, estaba contento por haber salvado la cabeza.

A su lado, el otro cautivo dormía profundamente.

Por la mañana el rey los hizo llamar y les anunció que eran libres. Su castigo había sido levantado.

El castrado se lanzó a una serie de imprecaciones y lamentaciones:

!"Mi compañero ha salvado la vida-gritaba- y yo he perdido mis testículos!

-Nunca hay que leer la página cinco antes de la página cuatro -le dijo el rey.