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278. Miércoles, 18 Febrero 2004



Capítulo Ducentésimo septuagésimo octavo: ¿Por qué cada vez que se cae el bolígrafo al suelo siempre va al rincón más inaccesible?



En ciertas facetas de mi vida soy un tipo de lo más considerado. En mi búsqueda del equilibrio suelo cada día calcular mis fuerzas y ver que retos puedo asumir y cuales no, única manera de estar seguro de que solo voy a acometer las tareas que pueda asumir, sin sucumbir al peso que supondría tener demasiadas obligaciones.



Por eso, y por mí muy noble afán de que los demás también deben de tener sus quince minutos de gloria, creo que dejar que otros trabajen por ti, incluso permitir que hagan el trabajo de uno mismo, no deja de ser una acto de bondad suprema que intento llevar a cabo en cuanto se me presenta la más mínima ocasión. Como debe de ser.



Nunca hay que exponerse a riesgos innecesarios por abusar de esos pequeños caprichos que tanto nos gustan, y más sabiendo que hay gente deseando tenderte una mano para que puedas descubrir, que ellos también merecen la pena.



No voy a ser yo quien le quite la ilusión de abrirse, por eso, y, aunque esté feo que yo lo diga, en un gesto de caridad que me horra, me he acercado al nuevo que empezaba a trabajar hoy y le he dado todos mis informes pendientes para que me los haga.



No me importa renunciar al trabajo cuando la causa merece la pena, yo soy así, bueno, noble, sacrificado por los demás, desprendido por naturaleza..