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306. Martes, 30 Marzo 2004



Capítulo Tricentésimo sexto: ¿Los santos cuando sonríen lo hacen por la "gracia de dios"?



Las hembras, ataviadas con un llamativo plumaje, llegan, sin machos, a la tundra ártica, desde los trópicos, cuando se acerca el verano. Lo primero que hacen es acotar su territorio y ensayar los cantos y bailes nupciales con los que elegirán compañero.



Unas semanas después, cuando "ellas" ya tienen todo listo, marcado y ensayado, aparecen "ellos", muy tímidos, reacios, escondiendo la cabeza. Los pobres se colocan en el agua sin hacer nada y son, como casi siempre, "ellas" las que eligen macho y las que defienden, de forma muy agresiva, a su elegido frente a sus competidoras.



Cuando la situación está controlada por parte de "ella", el afortunado adopta una postura de sumisión, con el único fin de resultar cómodo a su compañera, que será la que tome la iniciativa y, literalmente, lo monte.



Cuando han acabado, él buscará un lugar adecuado para restregar su pecho en el suelo y formar una oquedad para que ella haga la puesta. Nada más realizar esta puesta, la hembra se desentiende de todo para irse de marcha con sus "amigas".



Ni que decir tiene que tanto la incubación como el cuidado de los "hijos" será por cuenta del padre, mientras "ella", con un poco de suerte, andará en otros nidos, eligiendo machos nuevos para que le cuiden otros huevos.



Son los "faralopos" unas aves no muy corrientes, de hábitos nadadores que, en costumbres amatorias, le han dado la vuelta a la tortilla.



Después de aguantar a la "speedica" chica nueva que han puesto como de cajera del "día" estaba necesitando, con mucha urgencia, una dosis de vacuna, y de las grandes.