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  330. Jueves, 13 Mayo, 2004

 
Capítulo Tricentésimo trigésimo: ¿Por qué todo el mundo quiere conocer el paraíso pero nadie quiere morirse?

Tengo yo cierta obsesión por la suavidad del "papel de culo", al fin y al cabo es lógico, uno todavía tiene recuerdos de aquellos rollos del "elefante" que te lo dejaban como si hubiera pasado por la zona pertinente, una cara con barba de tres días.

Y que conste que no estoy diciendo que sepa exactamente cual es esa sensación, la de que te pasen una barba de tres días digo, que la del "elefante" ya forma parte de mis nostalgias infantiles.

Bueno, pues una cosa es que el papel para esos menesteres, precisamente por tener que dar el paseito por zona tan sensible, sea lo más suave posible, y otra es este nuevo invento para que, con una sola pasada, el culo te huela a menta el resto del día, algo que, evidentemente no consigue uno ni atiborrándose a caramelos "pictolin extrafuerte".

No digo yo que estas toallitas no tengan utilidad en determinados y muy concretos momentos, -Clinton por ejemplo se hubiera ahorrado más de un disgusto de tenerlas-, pero no acabo yo de ver muy claro eso del "frescor de menta"

Y no sólo porque la gente no suela ir oliéndole el culo a los demás, con lo que se hace innecesario perfumárselo habitualmente, sino, y sobre todo, porque cualquiera que en algún momento de su vida, haya puesto en contacto una simple mucosa de su cuerpo con algo de menta -con vaselina mentolada por ejemplo-, seguro que no le quedan las más mínimas ganas de repetir semejante experiencia diabólica.

Y que vuelva a constar: no estoy diciendo que sepa exactamente cual es esa sensación, sólo digo que agradable, lo que se dice agradable, pues como que no parece.