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  338. Martes, 25 Mayo, 2004

 
Capítulo Tricentésimo trigésimo octavo: ¿Por qué todos los gobiernos cuando hablan de corrupción siempre usan los tiempos en pasado?

Cualquier minoría, y muy especialmente aquella que lo es por tener unos gustos sexuales diferentes a la mayoría, (aunque viendo como vienen los tíos esta primavera no lograré entender nunca como a algunos le puedan gustar las !!!mujeres!!!), tenemos un arma privilegiada para pararles los pies a tanto "machito" como todavía queda suelto: la autoironía.

Si les molesta tu pluma: ¡clávasela!

Reírse de nuestra propia diversidad y confirmar a viva voz y bien alto, los tópicos y prejuicios que se han extendido sobre comunidades que se sienten diferentes, suele ser el mejor instrumento que deja sin posibilidad de atacar a los hostiles, además de atraer las simpatías de los más próximos.

La autoironia no es más que un humor derivado del autoconocimiento y la autoaceptación, un humor sano que todos deberíamos practicar jugando con nuestro propio "ego" y sus pretensiones, empezando a tomarnos a broma a nosotros mismos.

Y aunque no venga muy a cuento, me estoy acordando de una profesora de lengua que tenía, y que se pasó todo el curso repitiéndonos que lo importante era el "como" decir las cosas, incluidos los insultos. Y siempre nos ponía el mismo ejemplo de "como" insultar a alguien de una manera más que "delicada":

"Quevedo tenía por vecina a una mujer coja que no podía ni ver, un día que se sintió inspirado cortó un par de flores del jardín y al cruzarse con la dama le dio sutilmente a elegir entre ambas, diciéndole: "entre el clavel y la rosa, su majestad escoja".

Así él pudo cumplir sus deseos de insultarla y, en cambio ella, se lo tomó como un halago.

Claro que era Quevedo.