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  366. Miércoles, 21 Julio, 2004

 
Capítulo Tricentésimo sexagésimo sexto: ¿Por qué cuando uno tiene una herida en la boca no puede dejar de tocársela con la lengua?

Reconozco jugar con ventaja en todo lo que tiene que ver con eso que llaman "la moral y las buenas costumbres".

Por un lado mi educación, completamente laica y bastante libertaria -por no decir gamberra-, hace que mis prejuicios en ese campo queden reducidos a la mínima expresión... pero muy mínima, muy mínima.

Pero por otro y por si acaso, -que uno es de ciencias y le enseñaron a no fiarse de nada- resulta que estoy emparentado, por línea directa y además doble, con dios, que para eso dos de mis tías se casaron con él.. y por el camino que van parece que para toda la vida.

Por eso, digo yo, que ante una situación de emergencia, mal ha de ser que por esos mundos de dios, -y nunca mejor dicho-, donde todo es bondad y tal, no funcione un mínimo de endogamia y en un apuro, mis amadísimas tías no hablen con su marido, para buscarme algún acomodo en algún rinconcito celestial.

Claro que nunca sabe uno como acertar, que en estos casos dónde te dicen lo mal que lo vas a pasar si te "condenas", -algo que a mi me pasó antes de cumplir los quince-, siempre me acuerdo de aquella historia tan "expresiva" ella para demostrar que hasta en los mismísimos infiernos, las cosas pueden ser relativas.

"Un hombre por defraudar en el impuesto sobre la renta, fue condenado a pasar una larga temporada en el infierno con una mujer horrible. Dos años después se encuentra con un amigo que había defraudado más dinero que él. El amigo vivía con una mujer más fea todavía.

Los dos, resignados a su destino, se quedan a esperar el final de la sentencia. De repente, en uno de los caminos al paraíso se encuentran con un tercer amigo, que estaba con una chica inteligentísima y bellísima, capaz de matar de envidia a cualquiera.

-¿Pero de dónde has sacado esa belleza? -le preguntan.

-No tengo ni la menor idea -responde el amigo-. Sólo sé que cada vez que nos besamos, ella grita: "¡Maldito impuesto de la renta!".