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  448. Jueves, 9 Diciembre, 2004

 
Capítulo Cuadringentésimo cuadragésimo octavo: "Los mocos son la plastilina de los pobres" (Genaro P. 29 años, artista conceptual)

En vista de mi poca práctica en el asunto y para irme soltando en esto de cuidar sobrinos, (algo a lo que poco a poco me voy acostumbrando después de que en estos días pre-navideños te los sueltan a la menor ocasión), siempre he estado abierto a cualquier tipo de consejo.

Sin embargo, la última "recomendación" que me han dado para hacer que los niños dejen de llorar, me ha descolocado un poco. También es verdad que, viniendo de quien viene, una verdadera autoridad en el tema (él tiene cuatro), no tengo ninguna duda de que será muy útil.

Pongámonos en una situación normal, paseando con los niños a uno de ellos se le ocurre agacharse para coger una colilla que hay en la acera con la clara intención de llevársela a la boca.

Algo de lo más normal.

Le gritas "¡noooooo!", se asusta y se pone a llorar.

Bueno pues según el susodicho "experto", el de los cuatro, nada de perder la calma, resulta que si te pones a cuatro patas e imitas a un rinoceronte furioso, (ponerse un paquete de cigarrillos vacío en la nariz haciendo de cuerno ayuda bastante en la caracterización), hace que el llanto desaparezca al momento.

Y no digo yo que no, pero necesitaría saber cuando le va a durar el shock nervioso que le pueda producir la escenita, más que nada por devolvérselo a sus padres cuando ya el niño se mueva algo.

De todas formas no sé si me arriesgaré a poner en práctica la idea. Personalmente y antes de tener que ponerme a cuatro patas en la mitad de la calle roncando a todo volumen, le dejaría que chupara la colilla.

Seguro que no repetía.