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  388. Martes, 7 Septiembre, 2004

 
Capítulo Tricentésimo octogésimo octavo: ¿Por qué el melón ma-duro suele ser el menos duro?

Por educación y por convicción, mis opiniones sobre cualquier tipo de iglesia, sea católica, judía, musulmana adventista o la de los mormones de los santos últimos días, suelen ser, aparte de un respeto absoluto hacia sus "ideas", algo que, por cierto, no suele ser reciproco, el de tener un poco de pena ante la cantidad de prohibiciones que los adscritos a cualquiera de ellas tienen que soportar por el simple hecho de "creerse" todo lo que dicen los que manejan el cotarro en cada momento.

Aunque las hay de todo tipo, tamaño y condición, (la verdad es que más o menos son todas iguales), por proximidad, más cultural que de otra cosa, (de algo tenía que servir tener dos tías monjas y haber tenido a los quince años un novio seminarista en una semana tonta), la que más conozco es la "católica", una de las que a pesar de ser de las menos "rígidas", no deja de tener lo suyo.

Un claro ejemplo de hasta donde han intentado llegar cuando se trataba de imponer sus normas, es la historia que se han traído prohibiendo, sin saber muy bien por qué, las pelucas a lo largo del tiempo. El tema no deja de ser una ridícula anécdota, más teniendo en cuenta su continuo intento por imponer prohibiciones mucho más peligrosas, pero puede valer como botón de muestra.

Y es que las pelucas, incluso las de colores muy atrevidos, fueron muy populares entre los antiguos romanos, pero cuando el imperio se convirtió al cristianismo, la Iglesia trató repetidamente de eliminar su uso.

En el siglo I, los mandamases de la institución dictaminaron que una persona con peluca no podía recibir una bendición cristiana. En el siglo siguiente, el teólogo Tertuliano sostuvo que "todas las pelucas son disfraces e invenciones del diablo". Y cien años más tarde, el obispo de Cartago San Cipriano (210-258) prohibió la asistencia a los oficios a quien portase peluca o bisoñé.

El Concilio de Constantinopla del año 629 excomulgó a todos los cristianos que se negaran a prescindir de la peluca. En el siglo XII, el rey inglés Enrique IV prohibió los cabellos largos y las pelucas en la corte. Hasta la Reforma de 1517, la Iglesia no flexibilizó su doctrina sobre las pelucas.

Hacia 1580, las pelucas volvieron a estar de moda en los países anglosajones (y posteriormente en los demás), sobre todo a raíz de que la reina Isabel I las utilizara para ocultar su incipiente calvicie, reuniendo una enorme colección, en la que destacaban las anaranjadas. La moda cundió, hablándose de que, en el apogeo de la moda, la corte francesa de Versalles disponía de 40 peluqueros a sueldo, encargados del cuidado de las pelucas reales. Esta exageración provocó una nueva reacción en contra de la Iglesia, que se tradujo en una nueva ola de prohibiciones y reconvenciones contra su uso.

Lo mejor de todo, aunque habitual, es que en ningún momento explicaron la razón de esta serie de prohibiciones, y por más que he buscado no he logrado encontrar ninguna relación entre las "creencias" religiosas y el gusto por las pelucas.. claro que cualquiera sabe que estas cosas de fe nunca serán capaces de comprenderlas los ateos confesos aspirantes a quemarse en el fuego eterno.. como mismamente yo.

Aunque, para que negarlo, este es un asunto que no me quita el sueño lo más mínimo.