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  476. Jueves, 27 Enero, 2005

 
Capítulo Cuadringentésimo septuagésimo sexto: "La sangre no sólo es mucho más espesa que el agua; también es mucho más difícil de quitar de la alfombra". (Phyllis Diller, 78 años, actriz)

Dice un refrán de esos que tan bien quedan soltándolos en una conversación "profunda", que el mundo está lleno de pequeñas alegrías y el "arte de vivir" sólo consiste en saber distinguirlas.

Pues una de esas "pequeñas alegrías", que sin duda nos hará la vida más cómoda, la acabo yo de encontrar en una revista. Se trata del "Neorest 600": toda una revolución que cambiará el, tan ordinario como inexcusable, acto de deponer las heces.

Lo fabrica la casa "Toto" ( y mira que pensaba yo que los de "Roca" tenía monopolio.. !lo que se aprende!) y está dotado de los últimos avances técnicos para que la diaria, (o casi) costumbre evacuatoria se convierta en poco menos que una experiencia religiosa.

Para empezar, un sensor detecta si alguien se acerca, y si esto ocurre, él mismo se encarga de levantar mecánicamente la tapa, un "detalle" que, en ciertas "circunstancias límite", nunca se agradece bastante.

Naturalmente y tras apretar el correspondiente botón, expulsa un delicado chorrito de agua pulverizada, que proporciona una relajante experiencia de confort y limpieza.

El mismo sensor detecta cuando te levantas, encargándose de cerrar las tapa de forma automática, algo que, sin duda, será uno de los "puntos fuertes" para que este modelo triunfe entre el público femenino, tan empeñado siempre en semejante menester.

Por supuesto es "autolimpiable" y promete acabar con los restos más "rebeldes" gracias a su poderoso y patentado "sifón ciclón", un sistema de alto rendimiento y totalmente silencioso.

Pero sin ninguna duda, lo que a mí particularmente más me ha gustado del "Neorest 600" ha sido ese mando a distancia, con pantalla de plasma y todo, que viene de serie, y más que el mando propiamente dicho, su misión, nada más y nada menos que acabar con una de las más desagradables y traicioneras experiencias que nos toca sufrir cada día: regular la temperatura del asiento.

Que a ver quien de buena mañana, en cualquier día de invierno, no ha pegado un bote digno de record cuando su retaguardia cree haber confundido el susodicho asiento con un témpano de hielo.

Hasta mañana, que hoy ni comentarios voy a poder hacer; es uno de esos días tres días al año a los que, por el sueldo que me pagan y según baremo establecido por mi mismo, mi "empresa" tiene derecho a que un servidor le trabaje.

El mundo es así de cruel.