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  519. Miércoles, 6 Abril, 2005

 
Capítulo Quingentésimo decimonoveno: "No puedes cambiar el pasado, pero puedes echar a perder el presente preocupándote por el futuro". (Lawrence J. Peter, 1925-1990, psicólogo estadounidense)

Había una vez un comerciante alemán, Hennig Brand, de Hamburgo él, desesperado por conseguir dinero para salir de la ruina en la que estaba por culpa de sus malos negocios.

Una noche, repasando unos libros de alquimia de un monasterio cisterciense prusiano, se le ocurrió una gran idea para hacerse rico: conseguir oro a partir de los excrementos humanos.

Aunque muchos lo habían intentado antes y todos habían fracasado, Brad se dio cuenta de que ninguno de ellos había investigado sobre algo tan sencillo y elemental como el orin, igual de escatológico que otras materias "trabajadas" y con un color muy, pero que muy parecido al precioso metal.

El problema estaba en cribar el líquido para separar la arenilla dorada, pero, como casi todo, era cuestión de ponerse manos a la obra.

En los días siguientes, Brand recorrió la ciudad de Hamburgo acumulando cubas de orines que pedía sobre todo a los jóvenes a los que pagaba algunas monedas, adquiriendo, claro, fama de estar completamente loco.

Después compró una buena cantidad de redomas (vasijas de vidrio ancha en su fondo que va estrechándose hacia la boca) e introdujo el líquido, esperando durante horas a que se evaporara mediante hornillos que colocaba en su base.

Una noche una de las redomas comenzó a brillar en la oscuridad ante el susto de los que por allí pasaban, al pensar que aquello no podía ser más que un claro caso de brujería por jugar con tan "original" elemento.

El comerciante se dio cuenta de que había llegado al final de su proceso pero que la materia que resultaba no era precisamente oro, sino un extraño metal que hasta entonces nadie había aislado y que, por su carácter fosforescente, llamaría fósforo.

Fiel a su espíritu negociador, el comerciante vendió su "receta" al médico Daniel Kraft por una cantidad que no le hizo salir de pobre pero que convirtió al audaz galeno en rico y famoso.

Kraft, siguió destilando la orina y extrayendo ese metal que comenzó a exhibir por todas las cortes europeas, naturalmente cobrando por su "espectáculo".

Reyes príncipes y demás cortesanos quedaban hipnotizados ante semejante "prodigio" y se admiraban de que aquello que brillaba de tal manera, estuviera extraido de ellos mismos..

Desde luego, nunca acabaremos de saber lo que cada uno de nosotros es capaz de llegar a dar. ¿Verdad?.