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  564. Lunes, 13 junio, 2005

 
Capítulo Quingentésimo sexagésimo cuarto: "Envidio a la gente que bebe. Al menos ellos tienen a qué echar la culpa de todo" (Oscar Levant, 1906-1972 compositor y pianista)

Uno, abstemio de nacimiento y que el único alcohol que ha probado en su vida debe de haber sido el de los bombones rellenos de licor, no deja de extrañarse de la cantidad de "copas" que pueden llegar a beber algunos sin emborracharse, mientras a otros les basta con pisar una chapa de "Coca-cola" para pescar una moña de mucho cuidado.

La respuesta suele ser siempre la misma: "hay que saber mearlo".

Pero mear, mear, que yo sepa, mean todos.

Y digo yo que a ver si resulta que también tiene algo de razón esa vieja leyenda venezolana cuando cuenta la historia de "El Silbón", un espíritu maléfico que ataca a los borrachos que vuelven de parranda, y les chupa el ombligo para sorberles el aguardiente que han bebido.

La tradición dice que el espíritu pertenece a un niño mimado y malvado que, empeñado en comer "asadura", asesinó a su padre y le devoró las entrañas. Fue maldecido por su madre, y desde entonces vaga como un alma en pena buscando nuevas víctimas.

"Encontrarse" con el Silbón cada vez que uno bebe debe de ser toda una suerte, especialmente para el pobre y sufrido hígado y ya de paso, para el cerebro. Cada día mueren más de cien mil neuronas, que jamás se reponen y en cada borrachera se llegan a perder millones.

Desde luego si por aquí les diera por "importar" esa ley del ducado de Bretaña (que hasta hace 400 años cumplían a rajatabla) por la que a los borrachos "sólo" se les permitía reincidir cuatro veces y a la quinta borrachera les cortaban una oreja, pocos iban (íbamos) a estar "completos"..