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620. Martes, 4 octubre, 2005

 
Capítulo Sexcentésimo vigésimo: "Puedes decir cualquier tontería a un perro, y el perro te mirará de una manera que parece decir "Por Dios! Tienes razón! Nunca se me hubiera ocurrido!" (Dave Barry, 1947, escritor estadounidense)

El carné de identidad del perro que vive conmigo, además de poner que se llama "Nicolás", especifica claramente su lugar de nacimiento: Valladolid.

Algo que explicaría el porqué nos entendemos a la perfección: él y yo hablamos un mismo idioma.

Y menos mal, resulta que los perros sólo dicen "guau" en España.

Cualquier inglés confirmará que en su país un perro nativo (con un acento medianamente comprensible) dice "bow wow", en Rusia "gav gaf", en China "wang wang", en Alemania "wuff, wuff" o en los países árabes "haw haw".

Supongo que será por eso que el Nicolás, que a pesar de haber viajado por muchos sitios no parece que haya aprendido más idioma que el suyo materno, no sale del "guau guau", cada vez que se encuentra con un pastor alemán, de Alemania él, un husky siberiano, de las mismísimas estepas rusas, un bulldog inglés, o cualquier otro perro de vaya usted a saber que nacionalidad, capaz de llamar su atención, en vez de intentar entablar una lógica -a la par que educada- conversación, pase de palabras y se dirija directamente a olerle el culo.

Reconozcámoslo, si los demás hiciéramos lo mismo con todos aquellos foráneos que fuéramos encontrando medianamente interesantes en nuestros paseos, el idioma dejaría de ser un obstáculo y la historia nos cundiría mucho más.