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637. Viernes, 28 octubre, 2005

 
Capítulo Sexcentésimo trigésimo séptimo: "De los fumadores podemos aprender la tolerancia. Todavía no conozco a uno sólo que se haya quejado de los no fumadores". (Sandro Pertini, 1896-1990 político italiano).

Ahora que parece estar a punto de nacer el último (y/o última), no parece mal momento para echar un vistazo al primero. Digo yo.

El primer rey Borbón de la línea dinástica española, Felipe V, que heredó el trono al morir sin descendencia el último monarca de la casa de Austria, Carlos II, fue poco a poco cayendo en la melancolía, la hipocondría y la extravagancia hasta llegar a la más absoluta de las locuras.

Una mañana de un 4 de octubre de 1717 y mientras cabalgaba por las inmediaciones de palacio, se creyó atacado por el sol y desde entonces se sintió al borde de la muerte.

No se dejaba cortar el pelo ni las uñas ante el temor de que aumentasen sus males, por lo que las uñas de los pies le crecieron tanto que no podía casi caminar. Se mordía continuamente los brazos por la ansiedad e, incluso, empezó a creerse muerto, preguntando a sus ayudantes por qué no había sido enterrado.

Su comportamiento era cada vez más y más extravagante: empezó a afirmar que carecía de brazos y piernas; ordenaba abrir las ventanas en pleno invierno; se envolvía en mantas en verano, y algunas hasta se creía convertido en rana.

Su locura le llevó a temer ser envenenado con una camisa y desde entonces pasó un año entero sin mudarse. Después optó por razones de seguridad vestir únicamente camisas usadas de su esposa Isabel de Farnesio.

Y luego va y pasa a la posteridad con el sobrenombre de "El Animoso". ¡Pero que mala leche tienen algunas veces los historiadores!

Hasta el lunes.