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649. Jueves, 17 noviembre, 2005

 
Capítulo Sexcentésimo cuadragésimo noveno: "Tenemos que aprender a ser el mejor amigo de nosotros mismos, porque con demasiada frecuencia caemos en la trampa de ser nuestro peor enemigo" (Roderick Thorp 1936-1999, guionista estadounidense)

Mucho se habla de los peligros de la cirugía estética pero muy poco de los riesgos de otro tipo de cirugía posiblemente más peligrosa y que nos aplicamos -me aplico- con demasiada frecuencia: la cirugía ética.

Consiste en buscarle un descosido de placeres en cuanto asoma en nuestra existencia el roto de la desdicha, la prisa que nos entra por borrar cuantas cicatrices y arrugas van dejando en nuestro ánimo, en nuestro espíritu, en nuestra alma, las penas, los dolores y las contrariedades de la vida y tratar de borrar, con cirugía material, los desconchones que se nos van marcando en el alma.

No digo yo que andemos todo el día de plañideras y lloricas por la calle, pero pretender que la vida -la vida de uno y la vida en general- es una "juerga mora" permanente, "orgía y desenfreno" como decía el otro, me parece más que una bobada: me parece una mentira.

No le encuentro ningún sentido a tratar de disimular los desperfectos de nuestro estado de ánimo, las malas rachas. Y me da rabia cuando recurro febrilmente a ella, cuando soy el primero que en los escasos momentos de lucidez que tengo entre frenesí, me digo "peluche, hijo, desengáñate: este dolor que sientes, esta pena que tienes no la borran todos los bomberos a estrenar que quedan por el mundo. Aprieta los dientes, aguanta como un hombre y deja que el heridón del alma sangre un poco, que tampoco pasa nada, es la vida".

Al fin y al cabo se ponga uno como se ponga, se oculte uno como se oculte, disimule uno como disimule, las penas vienen. Y, a veces, no se van; se quedan un ratito largo como inquilinas de nuestro armario, allí donde se guarda el alma. Me parece impresentable montar un desfile público, permanente e impúdico, de las penas personales. Pero me resulta de lo más idiota del mundo tratar de ocultárnoslas a nosotros mismos, hacer "como si no.."

Me voy convenciendo de que si no aceptamos -si no acepto- las penas tal cual son, a palo seco, con el ánimo bien templado para admitir la cuchillada y la sangría, nos puede -me puede- sobrevenir algo más penoso que la pena misma: pasar por esta vida sin pena.. ni gloria.

Y si alguien me da lecciones cada día de aceptarse como es, de no tener que recurrir a ningún tipo de cirugía ética para seguir adelante, y sobre todo, de ser simplemente ella misma, esa es Alicia.

Por eso, y con el permiso de los habituales que se asoman por aquí, hoy quiero hacer un paréntesis del habitual tono "distraído" de este weblog y usar este rinconcito para decirle, simplemente, gracias.

Y los demás quedáis avisados, mañana, por increíble que pueda parecer, hablaremos de sexo.