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652. Martes, 22 noviembre, 2005

 
Capítulo Sexcentésimo quincuagésimo segundo: "El mejor maquillaje es un toque de sinceridad en los ojos". (Inès de la Fressange, 1957, modelo francesa)

Desde que en 1962 un psicólogo, Boris Levisón, publicó un estudio hablando de los beneficios que para los niños problemáticos podía tener la compañía de un perro y, sobre todo, desde que en 1978 se demostrara un aumento de la esperanza de vida en aquellos pacientes que, habiendo sufrido un ataque al corazón, convivían con una mascota, pocos expertos niegan ya los beneficios afectivos, sociales y terapéuticos que proporciona compartir la vida con un animal.

Todos coinciden: cuanto más estrecha sea la relación con el "bicho" más ventajas existen.

Lo que ya no dicen los más de doscientos estudios serios, formales y rigurosos publicados sobre el tema hasta ahora ( y los que vendrán) son los riesgos (o al menos no "todos" los riesgos) que una convivencia demasiado "estrecha" con un animal puede acarrear.

En el siglo XI, el conde italiano de Gulielmus podía presumir de tener una esposa insaciable y un mono como mascota llamado Maimo.

La "insaciabilidad" de la esposa, unido a la avanzada edad del conde que no podía cumplir sus "deberes conyugales" con la suficiente frecuencia que su mujer requería, había llevado a ésta, con el consentimiento de su esposo, a convertir al mono en su amante.

Sin embargo, con el que no habían contado era con el consentimiento del mono. Cuando éste pilló a los condes en la cama, le dio un ataque de celos y golpeó al conde hasta matarlo.

Después de cornudo.. apaleado.