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657. Martes, 29 noviembre, 2005

 
Capítulo Sexcentésimo quincuagésimo séptimo: "Los hombres y las mujeres se mezclan tan bien como el aceite y el agua. Por eso hay que estar agitando continuamente; si no, se separan" (Alan Alda, 1936, actor y director de cine estadounidense).

No soy yo muy aficionado a la moda de tatuajes, piercings y/o demás mutilaciones corporales. Pero tal y como están las cosas por esos mundos de Dios, colocarse, es un suponer, una argolla en el pene, no deja de ser un juego de niños si lo comparamos con ciertas aficiones a las que parecen estar abonados por otras latitudes.

Cierta tribu aborigen australiana, adoradores ellos de un dios que se presenta bajo la forma de un lagarto, tienen la costumbre de dividir el pene de sus miembros por la mitad, desde el glande hasta la base, para que su falo se parezca lo más posible al de su ídolo.

Un ídolo que, como buen saurio que se supone que es, tiene dos penes, como la mayoría de estos simpáticos animalitos, por aquello de las dificultades que tendrían para la penetración debido a su rígida cola si sólo tuvieran uno.

Alguien debería decirle a estos simpáticos australianos que "dos" suele ser la suma de "uno" más "uno", pero nunca de "uno" partido a la mitad.