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673. Lunes, 2 enero, 2006

 
Capítulo Sexcentésimo septuagésimo tercero: "Quien no es capaz de moverse no tiene derecho a esperar que lo empujen". (Malcom Forbes, 1919-1990 rico, muy rico)

Todos lo hemos comprobado: las chucherías, como buenas sustancias tóxicas que son, crean una adicción incontrolada.

En mi generación, cuando lo más parecido a una gominola que teníamos a mano eran aquellos caramelos surtidos en bolsas de "a kilo" que te dejaban la lengua tan pastosa como si hubieras chupado un tubo de pegamento, y, sólo en las grandes ocasiones, los adoquines del Pilar (unos mazacotes que no cabían en la boca y que traía el tío de Albacete cuando venía de visita), a nadie en su sano juicio se le ocurría poner en el envoltorio la composición de tan preciados manjares. Aunque, eso sí, bien que se encargaban los padres de avisarte lo "sucio" que se te iba a quedar el estomago como te "pasaras".

En cambio ahora, con la lista de sustancias cancerígenas en la mano, podemos leer en las envueltas de cualquier golosina, listas de nombres que echan para atrás: emulsionantes, estabilizantes, antiaglomerantes, potenciadores del sabor, E-124, aromas artificiales, sorbitol, E-330, ácido tartárico, E-102, proteínas espurantes, gordura vegetal hidrogenada, E-572, antiioxidantes, dextrosa y hasta goma arábiga...

Lista de ingredientes antes ausentes y que explicarían perfectamente el por qué los de mi generación nos hemos quedado como nos hemos quedado, (encanijados y con problemas de psicomotricidad.. mínimo) y lo altas, fuertes y robustas que se están criando las nuevas debido, sin duda, a alguna mutación genética provocada, por un consumo excesivo regular de gominolas manipuladas genéticamente

Las "pruebas" son evidentes, y los resultados he podido comprobarlos estas navidades.

Otra vez aquí, estrenando día, estrenando semana, estrenado mes y estrenando año; con sueño, algo de hambre y una petición: "virgencita, virgencita que me quede como estoy"