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681. Viernes, 13 enero, 2006

 
Capítulo Sexcentésimo octogésimo primero: ¿Cómo sabéis que la Tierra no es el infierno de otro planeta?" (Aldous Huxley, 1894-1963, escritor inglés)

Claro, bueno. En principio y bien mirado, cualquiera que luche de la manera que sea por mejorar las condiciones de vida de los homosexuales debería de merecer un reconocimiento.

O no.

Allá por 1770 uno de los líderes políticos que más se significaron en esta lucha fue Thomas Jefferson. Por aquella época cualquier homosexual reconocido como tal (supongo yo que tras la identificación con alguna prueba científica incuestionable tipo "carbono 14" o similar) era, automáticamente, condenado a muerte mediante alguno de los dos sofisticados métodos que estaban de moda por aquellos años: la asfixia o el fuego.

Jefferson, viendo la infamia que significaba aplicar semejante castigo a las personas por el simple hecho de que sus gustos sexuales no coincidieran con el de los demás, propuso cambiar tan injusta ley por otro "escarmiento" mucho más acorde a la nueva mentalidad en derechos humanos que empezaba a imponerse en la época: la castración.

¡Ay!

Hasta el lunes.