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729. Jueves, 23 marzo, 2006

 
Capítulo Septingentésimo vigésimo noveno: "Por muchos idiomas que se dominen, cuando uno se corta al afeitarse siempre utiliza la lengua materna". (Eddie Constantine, 1917-1993, cineasta estadounidense)

Uno de los inventos más ingeniosos que se les ha ocurrido a nuestros mandamases en los últimos tiempos fue el de cambiar la hora un par de veces al año. Ahora nos la ponen, ahora nos la quitan.

Este fin de semana toca "quitar". Hay quien se queja, (siempre hay quien se queja -por todo-) sin entender lo importante que resulta para cualquiera de nosotros un cambio semejante en nuestras monótonas vidas. ¿Ventajas?, se me ocurren muchas pero van dos para empezar:

Poner a nuestro alcance la manera de desarrollar experiencias tecnológicamente sofisticadas hasta ahora sólo reservadas a un reducido grupo de privilegiados científicos: ¿De qué otra manera podríamos viajar en el tiempo y comprobar que una hora puede pasar en apenas unas milésimas de segundo?

Fomentar la comunicación "interpersonal": el día después, y gracias al cambio de hora, resulta ser uno de los días con más intercambio de información íntima (información que nunca contaríamos sin "excusa") entre la mayoría de nosotros que nos volvemos locos intentando descifrar, con el primero que se cruce en nuestro camino, si ayer a estas horas ya habíamos comido o si mañana cuando nos levantemos va a ser más o menos de noche.

Por el interés general: ¿Para cuando un cambio de hora cada semana?