-   


  

765. Jueves, 25 mayo, 2006

 
Capítulo Septingentésimo sexagésimo quinto: "Lo único que impide a Dios mandar un segundo diluvio, es que el primero fue inútil". (Nicolás-Sebastien Roch. 1741-1794 escritor francés)

A pesar de no ser precisamente escrupuloso, siempre me ha parecido que entrar en un retrete público no deja de tener un mucho de "espíritu de aventura".

Y no lo digo ya por cuestiones de que aquello esté más o menos guarro -algo que por su propia naturaleza se le supone-, que huela a desinfectante de salas de multicines (¿o es al revés?) o que siempre lleven incorporados de serie a un señor rondando los cien años con artrosis en todas sus articulaciones menos en las del cuello..

Lo digo por las maquinitas secamanos automáticas que están apareciendo como setas en todos los retretes y que sustituyen a aquellos inmensos rollos de papel continuo que tanto servicio nos hicieron.

No sé yo. Por muchos controles de seguridad que pasen, por muy modernos que sean, por muy bien que le funcionen sus flamantes sensores de infrarrojos (otro tema que daría para un libro) no dejan de ser unos aparatitos eléctricos enchufados en un sitio que suele estar mojado (por varias causas y de diversos líquidos además) y en el que hay que acercar unas manos húmedas... Vamos que un descuidín de nada y te quedas más seco que la mojama..

Luego dirán que soy un guarro por secarme las manos en la camisa.. precavido diría yo.