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823. Miércoles, 20 septiembre, 2006

 
Capítulo Octingentésimo vigésimo tercero: "Aquel que quiera permanentemente llegar más alto, tiene que contar con que algún día le invadirá el vértigo (Milan Kundera, 1929, escritor checo)

Me he divertido mucho leyendo "El Diario de Bridget Jones", un libro que me regaló una amiga (sí, amig-a, ¿qué pasa?, mi misogínia no atraviesa su mejor momento).

Aunque sólo sea por la película, todos conocemos a Bridget, una mujer soltera y emancipada con una vida llena de libros de autoayuda y dietas milagrosas; de amistades auténticas y amores pasajeros; de soledades, de alguna que otra copa de más y siempre con la esperanza de encontrar, en una noche perdida, a un príncipe azul que le de sentido a todo.

Comprendo que a Bridget Jones le sería tan difícil identificarse conmigo como a mí con ella. Hay tantas realidades como salchichas en Alemania. Todos somos diferentes, únicos, irrepetibles y ahí está la gracia, pero siempre he pensado que la responsabilidad de ser feliz, -muchos buscan la felicidad como otros buscan el sombrero: lo llevan puesto y no se dan cuenta- moderadamente feliz al menos, no corresponde más que a uno mismo, y si uno se empeña en no serlo, no lo será jamás, por mucho que tenga la suerte de encontrar a su hombre perfecto, consiga la casa de sus sueños, tenga unos hijos ejemplares y cobre un sueldo nescafé para toda la vida sin mover un dedo.

Por eso, y aunque suene muy pretencioso, bastante arrogante y un poco cursi, (sé que no da muy buena imagen decir que a uno las cosas le van bien, que vende infinitamente más un cuarto y mitad de desgracias variadas -si eres felíz, escóndete, no se puede ir cargado de joyas por un barrio de mendigos-) pero hoy quiero darme un chute de autoestima felicitándome por mantener intacta la magia del amor verdadero, por conservar un puñado de buenos amigos y, sobre todo, por haber decidido ser feliz.

Hay días que no me soporto pero hoy, me quiero. No lo puedo remediar. Ya veremos mañana.