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840. Lunes, 16 octubre, 2006

 
Capítulo Octingentésimo cuadragésimo: "Oratio publicata, res libera est": Lo publicado pertenece a todos". (Quintus Aurelius Symmachus, siglo IV, editor)

Apoyándome en los imprescindibles escritos del maestro Eduardo, (y espero que con su permiso) quiero aportar mi granito de arena reivindicando el plagio literario, o al menos uno de los plagios literarios que, a pesar de ser ampliamente extendido (cada vez menos, eso sí), más que un general rechazo si algún día es descubierto, lo que acaba provocando es una sonrisa de ternura.

Revolviendo en una vieja biblioteca me he encontrado con unos cuantos manuales que enseñan a escribir cartas de amor. Parece que iban incluidos en una de esas colecciones de tipo práctico, promocionadas por el technicolor de las películas americanas de la época y que llevaban títulos reveladores: "Cómo ser una casada perfecta", "Cómo arreglar su aparato de radio" o , ya en el colmo de la sofisticación: "Conozca todos los secretos del matrimonio".

Todos los manuales para las cartas de amor tienen portadas entrañablemente cursis: la criada paseando al bebé de la señora del brazo de un apuesto soldadito, una jovencita rubia vestida de domingo junto a un joven de pajarita negra, y, como no, el inevitable corazón rodeado por su orla de encaje rosa. Toda la imaginería destinada a convertir el amor en una réplica exacta de un tarjeta postal.

De estos libros, de semejante imaginería, saldrían miles de plagios literarios en forma de cartas de amor que se cruzaron con fervoroso entusiasmo legiones de enamorados que hacían pasar como suyas letras, líneas, párrafos, y hasta cartas enteras de amor.

No todo el mundo, yo el primero, está es disposición de expresar correctamente los movimientos de su corazón, sobre todo cuando éstos aspiran a ser correspondidos, o pretenden encender a los de la pareja. Es natural y lógico. Bastante tenemos con intentar amar y ser amados, sólo faltaría que encima tuviéramos que aprender retórica.