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887. Miércoles, 3 enero, 2007

 
Capítulo Octingentésimo octogésimo séptimo: "Demasiado al Oeste es Este (proverbio inglés)

El tiempo es una realidad misteriosa. Ya San Agustín escribía que si nadie le preguntaba qué era, sabía lo que era, pero que apenas intentaba una definición fracasaba.

La mayoría de los pueblos primitivos jamás usaron el reloj. Se guiaban por el sol y el tiempo era la medida de lo que hacían. De ahí la calma tranquila, la atención en el cultivo de sus campos, la concentración en la pesca, el mimo en el pastoreo. Algunos "antropólogos" interpretaban todo esto como ociosidad o vagancia. Y era todo lo contrario: trabajo con los cinco sentidos, contemplación activa de la realidad. Por eso conocían cientos de plantas y sus propiedades; por eso tenían nombres para muchos tipos de vientos, de nubes, de lluvias.

Nosotros, en cambio, dedicamos una parte del tiempo a organizar el tiempo; otra parte a mirar el reloj; otra a quejarnos de la falta de tiempo; otra a perder el tiempo. Poco a poco se ha convertido el tiempo para hacer las cosas en algo más importante que las cosas que hay que hacer. El resultado, muchas veces, es que las cosas no se hacen, pero, eso sí, se mide cuidadosamente el tiempo empleado en no hacerlas.

Dicho lo cual, y en vista de la montaña de informes, estudios, memorias, peticiones y/o papeles de todos los colores, tamaños y condiciones que adornan la mesa después de unos (tan merecidos como es-ca-sos) días de descanso, va el primer deseo laboral para el año nuevo: calma, mucha calma.

Nada como la contemplación activa de la realidad para cumplir con el deber. Seguro que mis amadísimos jefes -que son listos, inteligentes y muy, pero que muy comprensivos, (alguno hasta tiene "estudios" y todo)-, entenderán perfectamente que me tome unos cuantos días "contemplativos" antes de meterme en faena. Que no quiero trabajar yo con menos sentidos que mis antepasados. Profesionalidad obliga.

Y es que siempre hay tiempo cuando se deja de decir que no hay tiempo.