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903. Jueves, 25 enero, 2007

 
Capítulo Noningentésimo decimotercero: "El último escalón de la mala suerte es el primero de la buena" (Carlo Dossi, 1849-1910, novelista italiano)

Dicen los señores de la Unesco que cada quince días desaparece una lengua (de las que se hablan) en algún lugar del mundo. Dicen los señores de la Unesco que hay casi 600 idiomas hablados por menos de cien personas, lo que los coloca en un inminente peligro de desaparición (con algunos casos extremos como el bishuo hablado únicamente por un padre y su hijo en una aldea africana o el eyak que sólo lo habla en Alaska una señora que, aunque sólo sea por su edad -90 años- , tiene ya algo más que un pie en la tumba).

A lo que iba. En uno de los puestos más altos de la larga (largísima) lista de cosas que me producen envidia de los demás (sana, insana, mediopensionista y de la otra), hay una que siempre estará entre las diez primeras: la capacidad que tienen algunos para aprender otras lenguas. Y mira que los hay listos. Hubo un cardenal italiano, Mezzofanti, que fue capaz de aprender 114 idiomas (en 54 de ellos alcanzaba un nivel que podía considerarse como el de "nativo") y 72 dialectos. Un botón de muestra: siendo italiano aprendió chino en cuatro meses. Y yo justo lo contrario. Me pasa como al portugués aquel que decía Moratín.
"Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños de Francia
supiesen hablar francés."

Cambiamos el paisano luso por uno de Salamanca, y yo mismo.