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906. Martes 30 enero, 2007

 
Capítulo Noningentésimo sexto: "Si el esfuerzo que se gastó en la investigación de la personalidad femenina se hubiese gastado en el programa espacial ya estaríamos vendiendo hamburguesas en la luna" (Steven Wright, 1955, humorista estadounidense)

Tengo unos amigos que juegan al tenis. A mí me parecen unos insensatos. Creo que el tenis después de los veinte años es un ejercicio destructor. Y si quien lo hace ha comenzado su práctica después de haber cumplido los veinticinco, peor para su corazón que la bomba atómica para Hirosima. Tan lamentable como la manía que tiene algunos por hacer "footing". Una persona de respetable edad corriendo al trote me parece un espectáculo irresistiblemente penoso.

A uno de ellos, además, le ha dado ahora por el golf. Yo, hombre joven sedentario y sedante, contemplo semejante desatino desde la distancia. El juego es muy propio de la terquedad y la carencia de imaginación de los ingleses. Colocar una bolita artificial, bastante cara, sobre otra natural millones de veces mayor y obstinarse en golpear a la pequeña sin rozar a la grande es tarea, por lo visto, apasionante, aunque inútil. Es verdad que con el juego se consigue caminar esos seis o siete kilómetros que los médicos consideran imprescindibles para mantener sano el corazón, pero llegado a este punto siempre me acuerdo de aquel cantante navideño, Bing Crosby, que después de haber hecho esa caminata cayó fulminado por su corazón junto al hoyo dieciocho. Precisamente el último.

Antes a los hombres (personas) nos fulminaba el corazón la mirada de unos ojos negros, pardos o azules. Ahora nos destroza el corazón la mitología anglosajona del ejercicio físico. Antes estábamos mejor. Yo soy de los de antes .