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937. Miércoles, 14 marzo, 2007

 
Capítulo Noningentésimo trigésimo séptimo: "Una mujer sería encantadora si uno pudiera caer en sus brazos sin caer en sus manos." (Ambrose Bierce, 1842-1914, periodista y escritor estadounidense)

Aunque pueda sonar extraño, no fue hasta los primeros años treinta del siglo XX cuando se vio por primera vez y en público, una parte del cuerpo de la mujer que hasta entonces se había mantenido completamente escondida: la espalda.

Lo más curioso es que el descubrimiento de semejante zona llevó a un encarcelamiento de otras: las faldas se alargaron, los escotes delanteros se recataron al máximo y hasta la señoras más avanzadas de la época intentaban aplanar artificialmente sus pechos para que no llamaran mucho la atención.

Lo que no sabía yo es que semejante mecanismo de la moda tiene su "lógica" (al estar hablando de un comportamiento típicamente femenino "lógica" siempre entre comillas) y que responde a la "teoría de las zonas erógenas", una teoría capaz de explicar cómo una vez que una zona corporal empieza a perder su foco de atracción (generalmente por sobreexibición) es necesario encontrar rápidamente otra que la reemplace. Pero para que la nueva zona sea sugerente y, sobre todo, visible, hay que retirar el resto de los estímulos que pudieran distraer al nuevo.

Creo que fue un escritor francés el que lo dijo: "Hay tres cosas que jamás he podido comprender: el flujo y reflujo de las mareas, el mecanismo social y la lógica femenina". Me apunto.