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961. Jueves, 26 abril, 2007

 
Capítulo Noningentésimo sexagésimo primero: "Los que escriben como hablan, por bien que hablen, escriben muy mal." (Georges-Louis Leclerc, Conde de Buffon, 1707-1788, escritor francés)

Imaginemos que esto de escribir "bitácoras" se hubiera inventado hace muchos años; imaginemos que a la hora de escribirlas sus autores usaran y abusaran de las mismas manías y comportamientos extravagantes que los hicieron famosos, imaginemos escribiendo blogs a:

... aquellos que tenían especial cuidado por cuidar su atuendo a la hora de escribir, como el conde de Buffon, (autor de la frase del capítulo de hoy por cierto), que sólo podía escribir vestido de etiqueta, con puños y chorreras de encaje y espada al cinto; Alejandro Dumas padre que, cuando escribía, vestía una especie de sotana roja, de amplias mangas, y siempre calzando sandalias; Pierre Loti, que vestía trajes orientales, escribiendo en un despacho decorado a la turca; o al poeta inglés John Milton, que escribía envuelto en una vieja capa de lana.

... aquellos que eran incapaces de estarse quietos: como, Chateaubriand, que dictaba a su secretario paseándose con los pies descalzos por su habitación; Victor Hugo, que meditaba sus frases o sus versos en voz alta paseando por la habitación hasta que los veía completos, pasando entonces a escribirlos con toda rapidez, o a Jean-Jacques Rousseau, que prefería trabajar en pleno campo y, a ser posible, al sol y, si el ruido también le molestaba, se taponaba los oídos con bolitas de guata.

... aquellos a los que les preocupaba más el "dónde" que el "cómo" o eran especialmente maniáticos; por ejemplo, Montaigne, que escribía encerrado en una torre abandonada; el poeta alemán Schiller, que sólo podía escribir si tenía los pies metidos en un barreño con agua helada; Lord Byron, que excitaba su inspiración mediante el aroma de las trufas, de las que procuraba llevar siempre algunas en sus bolsillos; o Gustave Flaubert, que era incapaz de escribir ni una sola línea sin antes haberse fumado una pipa.

O aquellos raros, raros, raros, como, otra vez, Victor Hugo, que no demasiado confiado en su propia voluntad, tenía por costumbre entregar sus ropas a su criado, con la orden de que no se las devolviese hasta que transcurriese un plazo predeterminado, aunque él se las pidiese encarecidamente. De esta forma, se obligaba a escribir sin posibilidad alguna de evadirse.

O Honoré de Balzac que se solía acostar a las seis de la tarde, siendo despertado por una criada justo a medianoche; inmediatamente se vestía con ropas de monje (una túnica blanca de cachemira) y se ponía a escribir ininterrumpidamente de doce a dieciocho horas seguidas, siempre a mano su cafetera de porcelana. Durante todo ese tiempo no paraba de consumir taza tras taza, lo que, en su opinión, no sólo le mantenía despierto y despejado, sino que le inspiraba a escribir.

Para que luego digan que los que ahora "escribimos" un poquito cada día en esto de los blogs, bitácoras, weblogs o como se llamen, y sin ninguna otra explicación que el tan socorrido "porque nos da la gana" somos unos bichos raros.. pues anda que hay por ahí ejemplar...

Además, ¿en qué vamos a perder mejor el tiempo -especialmente el largooooo tiempo que nos obligan a estar en el trabajo-? ¿En trabajar?

Pues hombre... a ver, algo hay que hacer, pero a estas edades hay cosas que uno valora más que otras. Como el señor aquel del chiste.... !Bah! venga, lo cuento, ya de perdidos un jueves con un post coñazogigante, pues que sea completo.

Iba un viejecito por un tenebroso bosque cuando escuchó a sus pies una débil voz. Asombrado se agachó y descubrió que quien hablaba era una ranita de color verde:

"- Soy una princesa hermosa, erótica y sensual, diestra en todos los placeres de la carne y el amor. Una reina mala y envidiosa de mis encantos me convirtió en rana, pero si me das un beso volveré a ser quien era y te daré todos los goces y deleites que mi voluptuoso temperamento y mi ardiente concupiscencia pueda producir".

El anciano levanta la rana del suelo y se la echa al bolsillo. Asoma la cabeza la ranita y le pregunta muy desconcertada:

"-¿Qué? ¿no me vas a besar?"

"-¡No!" -responde el viejo- "A mi edad es más divertido tener una rana que habla que una maniática sexual"
Vamos, que por muy erótico, sensual y concupiscente que me parezca mi trabajo, (.....) a mi edad es mucho más divertido pasar el rato trasteando por aquí que correr el riesgo de convertirme en un maniatico laboral.