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1021. Miércoles, 29 agosto, 2007

 
Capítulo Milésimo vigésimo primero: "Dónde, en qué lugar, se almacenan los días que van pasando. ¿Dónde estará el día de ayer?" (Blanca J., estudiante, 9 años)

Hablando (otra cosa es escribiendo) no soy yo muy amigo de los eufemismos salvo en algunos casos excepcionales (hablar del macho de la cabra diciendo su verdadero nombre no me parece que le fuera a gustar mucho al animalito, por ejemplo) y eso a pesar de ser, por aquello de la corrección política, una figura cada vez más usada.

Naturalmente no es algo nuevo. Siempre me llamó la atención (léase cachondeo) que gente tan principal como Góngora evitara mencionar a los pájaros o a las aves si podía hablar de aladas liras o de cítaras de pluma, o que precisamente las personas que se tienen por más delicadas, contínuamente se empeñen en cambiar un buen taco dicho a tiempo por un diantre, un jolines, o un ridículo y cursi me cachis en diez.

Pero si hay una palabra que casi todo el mundo sustituye por otra menos indecorosa esa es retrete.

La palabra retrete que había significado (conforme a su etimología) en los siglos de oro, "habitación apartada donde la dama leía sus billetes de amor o sus oraciones", vino a significar otra estancia que ya olía mal a finales del siglo XIX; los más finos empezaba a utilizar la palabra ambigua "servicios" y los demás "excusado". Aunque la mayoría de estos lugares -en aquella época casi todos públicos- no tuvieran agua se impuso "water closed", de ahí water y más sintéticamente w.c., hasta llegar a los -tan extendidos ahora- iconitos, esas imágenes cada vez más extrañas que se empiezan a convertir en indescifrables gracias a la modernidad y al diseño con que se empeñan en adornarlas; aunque sea a costa de inutilizarlas para la función que se supone deberían de servir: que uno sepa si al otro lado de aquel "original" muñequito va a poder desahogarse a gusto o acabará sometido a las miradas inquisidoras -acompañadas de algún que otro gritito histérico- del sexo contrario, algo que, por mucho empeño que pongas en la urgente tarea, te corta tan espiritual momento.

Y ya no tiene uno la próstata para andar con experimentos.