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1037. Jueves, 20 septiembre, 2007

 
Capítulo Milésimo trigésimo séptimo: "Qué parecidos son los gritos de amor y los de los moribundos" (Malcolm Lowry, 1909 - 1957; escritor estadounidense)

Después de leer que en Portugal cuatro mujeres fueron engañadas por un hombre, el cual las convenció de que se asomaran al balcón en top-less para que así un moderno sistema de nuevos satélites pudiese practicarles mamografías sin necesidad de salir de sus casas, me pregunto si de verdad soy misógino o, simplemente, realista.

Y es que hoy, último día del verano y primero del otoño -el tiempo vuela-, va de venganza. Ayer, sin saber ni cómo ni por qué, me vi yendo de compras con una amiga. Sí, soy gay, pero ni a todos los gayses les gusta ir de compras, ni a todos los que les gusta ir de compras tienen que ser gayses. Y a mi no me gusta ir de compras.

Aguantar toda una tarde de tienda en tienda con una mujer es como querer hacer los cien metros lisos en una piscina llena de mermelada. Una mujer puede pasar horas viendo ropa y no tiene ningún problema en probarse veinte pantalones, treinta blusas, doce faldas y sesenta pares de zapatos. Para eso los hombres somos más prácticos, si uno se prueba una talla 38 y queda apretada, pide la 40 y se acabó ¿Volvérselo a probar?, ni pensarlo, es lógico que si una 38 queda apretada la 40 tiene que quedar perfecta.

Y cuando ha encontrado algo que, ¡por fin!, le gusta, sale a flote su legendaria desconfianza de género: revisa concienzudamente cada costura, estira al máximo cada botón, pasea por toda la tienda taconeando con los zapatos varias veces y, aunque ya se ha decidido, tiene todavía que pasarse unas cuantas horas delante del espejo con el vestido dentro de la percha pegado a su cuerpo. ¿Se lo van a poner luego con el gancho?

Claro que, ahora que lo pienso, puede ser ese sentido práctico que desplegamos los hombres, la explicación más verosímil ante esa estadística que dice que, el 98% de los hombres tienen zapatos que les estrujan los pies, camisas con el cuello a punto de cortarles la respiración o pantalones comprimiéndoles hasta el sobaco. Tiene su lógica.

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