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1047. Viernes, 26 octubre, 2007

 
Capítulo Milésimo cuadragésimo séptimo: "Los hombres no se hacen más listos a medida que son mayores. Sólo pierden pelo". (Claudette Colbert en "Un marido rico")

Existe por ahí una curiosa teoría explicando el por qué las hienas, unos animales que viven en agujeros infectados de pulgas, comen carroña y sólo copulan una vez en su vida, están siempre con la sonrisa puesta. La hipótesis sugiere que semejante expresión de regodeo se debe a que quien más y quien menos de estos animalitos conoce a alguno de sus congéneres que ha sufrido un gatillazo. Es de suponer que para el involuntario protagonista del mismo, que le ocurra semejante circunstancia la única vez en su vida que va a copular debe de ser una verdadera tragedia. Pero para el resto de ellos, sabiendo lo que nos gusta reírnos de las desgracias ajenas, la cosa –siempre que le ocurra a otro- no deja de tener su gracia.

Claro que semejante suposición valdría para explicar la sonrisa de los hienos machos, pero no aclararía el por qué de la sonrisa casi permanente que presentan también las hienas hembras que, visto el rendimiento de sus compañeros masculinos, no creo yo que les deban de quedar muchas ganas de juerga.

Pues asunto aclarado. La naturaleza es muy sabia y ha sabido compensar a las hienas féminas para que, aunque por distinto motivo, también puedan lucir la sonrisa perenne que caracteriza a estos animalitos. Resulta que las hembras, además de ser más grandes que los machos, algo poco habitual, presentan unos órganos genitales raros, raros, raros. Son tan parecidos estos órganos externos femeninos a los del macho que hasta los etólogos más imaginativos tienen difícil apreciar la diferencia, incluso a través del tacto.

Los labios mayores están retraídos hasta el punto de tener un aspecto de escroto. Su clítoris es extremadamente grande, tanto como para que, hasta hace unos cuantos años, se confundiera con un pene y, sobre todo por una característica muy útil: es capaz de entrar en erección, sirviéndole para copular con sus poco dispuestos compañeros y/o -sobre todo- con sus mucho más competentes compañeras.

Con razón estos animalitos -sólo ellas- son de los pocos -al menos científicamente comprobados- que copulaban no sólo para reproducirse, sino también para relajarse.

Hasta ahora sabíamos que los hienos machos se pasaban el día riéndose de sus compañeros más precoces. Ahora ya sabemos por qué ellas también lo hacen. Y ni punto de comparación.

Hasta el lunes.

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