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1072. Martes, 13 noviembre, 2007

 
Capítulo Milésimo septuagésimo segundo: "Encanto es lo que tienen algunos hasta que empiezan a creérselo." (Simone de Beauvoir, 1908-1986; escritora francesa)

Ya he contado alguna vez que soy optimista por naturaleza. Y como lo soy, pues he decidido que, aunque con estos cambios climáticos es difícil saber lo que nos tiene reservado este invierno, ya era hora de tomar medidas. Aprovechando una de las ofertas del tres por dos me he comprado unos cuantos autobronceadores. Y los voy a estrenar mañana. Que lo se pan.

Claro que según voy pensándolo empiezo a tener serias dudas sobre lo oportuno de mi compra. Anda que si el cambio climático hace de las suyas y sólo puedo enseñar los brazos tres días de noviembre. ¡Menuda inversión tonta acabo de hacer!

Pero, ocurra lo que ocurra, lo del autobronceador va a ser el primer paso a una serie de cambios que afronto con ilusión. Primero, si voy a ir más moreno convendría buscar alguna ropa que lo resaltara. Revuelvo el armario y me encuentro con un fenómeno raro. Tan raro que pasa todos los años: ¡me ha encogido todo! Sin tocarlo. La camisa de rayas que formaban cuadros de Tomy Hilfiger ha perdido una talla... ¡Con lo monísima que me hubiera quedado a juego con el bronceado de la cara! Pero no hay problema, yo soy optimista, sólo estamos a mediados de mes y el sábado está todo abierto. Además, más de algo es bueno, ¿no? Pues eso.

Sigo feliz con mi compra, tanto que no puedo esperar a mañana y decido abrir uno de los botes. Empiezo dándomelo en la cara. Tres horas después de la primera aplicación, dos horas después de la segunda y apenas quince minutos después de la tercera sufro el síndrome de la frente amarilla. Que no es un virus, ni una enfermedad tropical. Es un fenómeno natural que se produce en la frente -como su propio nombre indica-, de los que los que nos creemos los prospectos de los autobronceadores y que, año tras año, pensamos que no lo hicimos bien la temporada anterior y lo intentamos de nuevo.

Menos mal que con la experiencia el proceso se va perfeccionando y, al menos yo, ya consigo que me amarillee con casi, casi la misma intensidad el lado derecho y el lado izquierdo, y que la nariz no me quedan en un tono demasiado caoba. Lo peor está superado. El resto es pan comido. Durante un par de semanas se trata de poner siempre el mismo perfil cuando hable con alguien. Así no notará la diferencia. Esta última condición tienen la ventaja de que prepara la musculatura para otro momento ilusionante en el que deberíamos de contar con el apoyo psicológico de una enfermera de la Seguridad Social: dormir sin cambiar de postura en toda la noche, mismamente como si estuvieras en clase de pilates, así, todo rígido. Al menos hasta que se asiente bien la crema. ¡Qué trance!

En todo el proceso habrá momentos en que las ganas de tirar la toalla sean fuertes. Pero no conviene desfallecer. Hay que afrontarlo con serenidad y pensar que el arrepentimiento no es suficiente, ni eficaz, ni tiene ningún efecto para dejarte la cara como si acabaras de estar tres semanas al sol de Ipanema rodeado de cinco garotos que cumplían todos tus deseos. (!Ayyyyyy). Y sobre todo poder restregárselo por la cara a más de uno cuando nos volvamos a encontrar en la misma mesa estas navidades. Porque de eso se trata. ¿No? Ya veréis como merece la pena. Hay que ser optimistas. ¡Como yo!

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