Capítulo Milésimo septuagésimo octavo: "El único que puede decirte que no puedes hacer algo eres tú mismo. Y no necesariamente tienes que escucharte" (slogan de un anuncio de zapatillas)
Ya sé que normalmente es al revés: en cuestiones domésticas (como en la mayoría de las cuestiones) el
patoso suele ser el hombre, mientras la mujer -mucho más desenvuelta- es la que acaba sacándole
las castañas del fuego.
Pero, ¿qué podría pasar cuando la patosa es ella -que alguna hay- y la cabeza pensante de la pareja es él -que alguno hay- ?
Pues que acaban inventando la
tirita.
El norteamericano
Earle Dickson, poco después de casarse en 1917, se dio cuenta de que su esposa se cortaba constantemente mientras cocinaba, y pensó que los vendajes tradicionales suponían un engorro para seguir realizando las tareas del hogar. Para solventar el problema, fijó pequeñas gasas esterilizadas en el centro de tiras adhesivas y enrolló unas cuantas de manera que sólo pegaban por un lado.
Tras patentar el invento, convenció a los directivos de
Johnson & Johnson, donde él trabajaba, para que lo fabricaran y comercializaran. Su introducción en el mercado no tuvo éxito hasta que se empezó a distribuir gratuitamente a las
tropas de los
Boy Scouts.
Pero esa es otra historia que poco tiene que ver con la cantidad de utilidades -a cual más práctica- de un invento que nació de la casualidad y, sobre todo, de la torpeza femenina. Que se lo pregunten a la (muy agraciada) protagonista del anuncio de abajo.