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1048. Viernes, 5 octubre, 2007

 
Capítulo Milésimo cuadragésimo octavo: "Algunos pueden levantarse, por la mañana, temprano y alegres. Otros sólo se levantan. (Raúl J. 18 años, estudiante del cuatro curso del módulo de "repartidor de comidas a domicilio" correspondiente a F.P. II)

Uno de los descubrimientos infantiles que más me marcaron fue comprobar que, por más que mi abuela se empeñaba en decirme que era la señal de la cruz que ella me hacía con saliva la causante de que me desapareciera aquel molesto hormigueo que me entraba después de haber estado mucho rato sentado sobre mi propia pierna (una manía como otra cualquiera), resultaba igual de efectivo si, en vez de tan piadoso signo, lo que te dibujaba con sus babas era la v de los lagartos que por aquel entonces andaban atacando la tierra por la tele. Por ejemplo.

Vamos, que aquello funcionaba, sí, pero sólo por la saliva y no por las letanías que ella recitaba tan entusiasmada mientras dibujaba la crucecita.

Pensé que nunca iba a tener otra decepción de calibre semejante. Me equivoqué. Como es viernes iba a trastear con el sexo, pero no acabo de salir de mi asombro al enterarme de que las plantas no crecen mejor cuando les hablas sino que, en todo caso, es el dióxido de carbono exhalado por la persona que les da conversación, osea yo, la que les ayudaría a crecer.

Vamos, que ahora resulta que mi poto está como está -y está muy bien- no porque cada mañana le cante un trocito de las Vainica Doble y le ponga al día del capítulo de ayer de los Simpson (... hummm, creo que me gusta milhouse), no, está así porque el muy guarro me chupa los gases.

De verdad, con esto de la ciencia y su manía de explicarlo todo racionalmente, no gana uno para disgustos.

Hasta el lunes.

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