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1109. Viernes, 18 enero, 2008

 
Capítulo Milésimo centésimo noveno: "Es empresa vana tratar de ridiculizar a un necio rico: las carcajadas están de su parte". (Jean de La Bruyère 1645-1696; escritor francés)

Siempre me he preguntado por qué si el pez grande se come al chico, son precisamente los peces pequeños los que tienen los colores más llamativos. Una gilipollez, lo sé, pero cavilaba yo que si lo de la selección natural es como lo pintan, se deberían de haber beneficiado mucho más de su discreción los peces menos vistosos que aquellos otros a los que, por su aspecto, les podían haber dado el primer premio en un desfile de carnaval. ¿No deberían ser aquellas especies que pasasen más desapercibidas las que tuvieran mayores posibilidades de salir adelante?

Pues todo tiene su explicación y, (¡oh casualidad!) resulta que la culpa es (¡oh sorpresa!) de la parte femenina del asunto. Muy resumido: los peces machos hacen lo que hacen, se arriesgan a lo que se arriesgan y son capaces de poner en peligro su vida por un/el único motivo. Sí, por ese. Prefieren arriesgarse a ser comida para sus mayores antes que renunciar a una buena peza.

Y no ya sólo porque las hembras preferirán aparearse con los peces más vistosos (no es cuestión de "belleza", más bien de que los más coloreados, al haber sobrevivido a pesar de tenerlo más difícil, demuestran muy buena salud y excelentes condiciones físicas) sino porque ellas los prefieren valientes. Algo que lleva a los machos a arriesgar su vida cuando, en época de apareamiento y sólo si hay alguna hembra presente, se acercan todo lo que pueden a sus depredadores. El objetivo no es otro que el de impresionar a su posible pareja y demostrarle que se está en buena forma para escapar de un ataque enemigo.

Así, arriesgando su vida por "amor".

Tiran más dos aletas que dos carretas. Hasta el lunes pues.

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