-   


  

1160. Jueves, 10 abril, 2008

 
Capítulo Milésimo centésimo sexagésimo: “Con tres copas de vino ya se puede elegir una doctrina”. (Proverbio chino).

Mi condición de agnóstico convencido unido a mi militancia convicta y confesa en el bando de los abstemios (ambas cosas por la gracia de Dios), no han podido con mi curiosidad: si durante la última cena Jesús pidió a sus Apóstoles que en recuerdo suyo siguieran reuniéndose a cenar periodicamente (cuando comiesen pan, comerían de su cuerpo, y cuando bebiesen vino, beberían de su sangre -la transubstanciación que llaman) ¿por qué entonces en las misas no dan vino?

Mi primera idea fue pensar con cierta lógica. Los curas, siempre sensibles a las necesidades de sus parroquianos, no habían querido hacerle la competencia –a todas luces desleal- a los bares del pueblo. A ver quien iba a pagarse unos chatos el domingo por la mañana pudiendo bebérselos gratis con tan solo acercarse a la misa de diez, repetir visita en la de once y tomarse el último en la de una.

Sin embargo la explicación es otra. Lo revela Charles Panati en Los orígenes sagrados de las cosas profundas: “En el siglo XVIII se prescindió de la copa comunal de vino en muchas iglesias. Y no por temor a la transmisión de enfermedades, dado que aún no existían conceptos como el de bacteria, sino porque los tejidos se estaban haciendo muy costosos y las manchas de vino eran imposibles de limpiar”.

Vamos, que si hubieran inventado el vip express (especial para prendas delicadas) algún siglo antes quizá ahora habría un poco más de paro en la hostelería, pero seguro que la mayoría de las iglesias estarían rebosantes de ansiosos fieles incapaces de perderse su comunión diaria. Y hasta de repetir la misma las veces que hiciera falta.

,