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1185. Martes, 20 mayo, 2008

 
Capítulo Milésimo centésimo octogésimo quinto: “Yo no soy una persona que se impresiona fácilmente... !Mosquis, un coche azul!" (Homer Simpson, 36 años, Técnico de seguridad nuclear)

Perdiendo el tiempo por internet me he encontrado con páginas capaces de escribir mecánicamente cartas de amor. La idea no me parece mala. No todo el mundo está en disposición de expresar correctamente los movimientos de su corazón, sobre todo cuando éstos aspiran a ser correspondidos o pretenden encender los de su pareja. Sin embargo, todos tienen derecho a intentarlo. Si las cartas de amor están destinadas a complacer, es complacencia que no se aprende en las academias.

Además, ha ocurrido siempre. Yo mismo tengo unos cuantos manuales capaces de construir cartas de amor ya cargados de años. Iban incluidos en una de esas colecciones que llamaban prácticas, promocionadas por el technicolor de las películas americanas de la época, y que llevaban títulos reveladores: "Cómo ser una casada perfecta", "Cómo arreglar su aparato de radio" o , ya en el colmo de la sofisticación: "Conozca todos los secretos del matrimonio". Libros con portadas entrañablemente cursis a juego con su interior: la criada paseando al bebé de la señora del brazo de un apuesto soldadito, una jovencita rubia vestida de domingo junto a un joven de pajarita negra, y, como no, el inevitable corazón rodeado por su orla de encaje rosa. Toda la imaginería destinada a convertir el amor en una réplica exacta de una tarjeta postal.

Pero de estos libros, de semejante imaginería, han salido miles de plagios literarios en forma de cartas de amor que se cruzaron con fervoroso entusiasmo legiones de enamorados que hacían pasar como suyas letras, líneas, párrafos, y hasta cartas enteras. Entonces en negro sobre blanco con formas góticas o redondillas; ahora, transformadas en una larga y fría secuencia de números codificados junto a anuncios de viagras y neopícaros buscando contraseñas ajenas. Ha cambiado la forma, pero sigue vigente el fondo. Normal. Bastante tenemos con intentar amar y ser amados, sólo faltaría que encima tuviéramos que aprender retórica.

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