-   


  

1209. Lunes, 23 junio, 2008

 
Capítulo Milésimo ducentésimo noveno: "Aquellos que sólo quieren descansar, ¡cuánto trabajan para conseguirlo!" (Constancio C. Vigil, 1876-1954; escritor uruguayo)

Nunca he tenido muy claro si la dolorosa, insufrible e injusta condena de tener que venir a trabajar cada día (algo que no se merecería ni el peor enemigo) empezó con el desagradable incidente de la manzana en el paraíso o venía incluida en alguna enmienda adicional de las siete plagas de Egipto. Tampoco importa mucho. Ahora no se trata de buscar culpables sino de intentar remediar la situación. Ya que hay que trabajar, busquemos la forma menos mala de hacerlo.

Una vez descartado lo de actor porno (mis cualidades naturales, perfectamente demostrables, no han podido con los enchufes que controlan el negocio – digan lo que diga la gerontofilia está ahí y uno siempre iba a tener su público-) creo haber encontrado un trabajo que cumple, dentro de la obligatoriedad de tener que trabajar, mis expectativas.

Si en principio pensé en aspirar a la plaza de portacorbatas, figura creada por Luis XV de Francia cuyo único cometido era abrocharle y desabrocharle la corbata al rey (una corbata que sólo llegó a usar una vez en su vida), he pensado mejor que voy a ofrecerme como vaporizador natural, un empleo instituido por Popea, esposa de Nerón la cual, en una época en la que aun no se habían inventando los vaporizadores, tenía por costumbre que una esclava se llenase la boca con perfume y lo pulverizase sobre su rostro y cuerpo.

Sí, evidentemente hay que trabajar un poco más que siendo portacorbatas, pero sólo la idea de escupir directamente a la cara del jefe todos los días y que encima te paguen por ello, tiene que compensar. Seguro.