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1263. Miércoles, 1 octubre, 2008

 
Capítulo Milésimo ducentésimo sexagésimo tercero: “Intenta declararte a tu primer amor y darás más vuelta que galleta en boca de vieja” (Proverbio escocés)

Mi primer paraíso fueron cuatro paredes blancas presididas por una desgastada pizarra. Adán se llamaba Emilio. Olía a pegamento y suavizante y su media sonrisa temblorosa -siempre escondida bajo su tartamudez- retumbaba en mi cabeza como una carcajada burlona y mágica. Tenía quince años, me había enamorado como un burro y buscaba desesperadamente una maldita manzana con la que poder condenarme junto a él para siempre. Pero el responsable de aquel radiante desaguisado olvidó dejarla a mi alcance. O, abusando de su poderío, lo hizo a conciencia, porque sabía que hubiera mordido hasta las raíces del árbol.

Tantos años y todavía sigo recordando -con toda la ternura del mundo- aquel ingenuo y candoroso primer amor.

Dicho lo cual -y ya entre nosotros-.. ¿a que parece mentira que a estas edades todavía uno pueda llegar a ponerse tan rematadamente cursi?