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1273. Miércoles, 15 octubre, 2008

 
Capítulo Milésimo ducentésimo septuagésimo tercero: "Es una enorme desgracia no tener talento para hablar bien, ni la sabiduría necesaria para cerrar la boca". (Jean de La Bruyére, 1645 -1696; escritor francés)

Mitad de octubre y algún centro comercial ya ha empezado a colocar (cualquier año de estos empalman, fijo) los adornitos de navidad. Desde ahora y hasta San Antón, (... pascuas son) me dan ganas de pintarme todo de rojo (con toques de purpurina) y colgarme de la oreja alguna bola fluorescente para así no desentonar ante tanto despliegue de color navideño.

Me gusta la navidad, sé que las vacaciones que me corresponden esos días tienen una gran parte de culpa, pero tampoco vamos a quitarle el mérito a las propias fiestas: me divierten y me lo paso bien. A nadie le amarga un dulce y en cuestiones de navidad, dulces, lo que se dicen dulces, no faltan.

Uno de mis entretenimientos preferidos esos días suele ser sentarme enfrente de aquellos que se llevan mal todo el año y esperar a que estalle la tormenta. En todas las familias pasa, en todas hay dos o más miembros que se llevan a matar, que durante el año apenas se saludan por pura educación pero que no tienen más remedio, al menos una vez al año, que sentarse juntos a la mesa.

La experiencia me dice que más pronto o más tarde la cosa estalla, claro que siempre se puede usar algún catalizador para no tener que esperar mucho. Es increíble lo que puede conseguir una palabra dicha con toda la buena intención del mundo sobre algún tema delicado con según qué personas.

Y es que lo de las riñas familiares navideñas, olvidadas el resto del año, son como los cubitos de hielo. Al principio, cuando se sacan del congelador están perfectamente conservados, pero después, poco a poco y sin que se pueda hacer nada, se van convirtiendo en agua y poniendo perdido todo lo que se pueda mojar. Ver como se derriten, sobre todo si estás cómodamente enfrente con el impermeable puesto, no deja de tener su gracia, especialmente si has sido tú el que has sacado los cubitos del congelador y encima has puesto la calefacción a toda leche para ver como se derriten más deprisa.

El espíritu de la navidad, todo armonía.