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1290. Viernes, 7 noviembre, 2008

 
Capítulo Milésimo ducentésimo nonagésimo: "Adonde quiera que fueres, ten de tu parte a las mujeres" (Proverbio universal)

Por razones bioquímicas, psicosomáticas, o por alguna otra causa aún más compleja (y que yo particularmente nunca podré entender), la mujer ha despertado siempre en el hombre una fuerte atracción. Ese ser delicado, bello y aparentemente desvalido, provoca en el individuo del sexo opuesto un inexplicable instinto posesivo, de forma que ante una persona humana femenina bien dotada, proporcionada y redondeada, el varón reacciona normalmente con el deseo imperioso de llevársela a casa. No importa que allí ya tenga otra bastante apañada; él se la llevaría de todas formas y acumularía con mucho gusto varios de estos seres tan incomprensibles como misteriosos, como hacen en los viejos y sabios países donde existe aún la poligamia. De puro buenos que son los hombres, ésa es la verdad.

Pero, por desgracia para la mayoría, la cosa no es fácil; al menos en Occidente la costumbre hace que toquen –de forma simultánea al menos- a una sola mujer por barba, de modo y manera que sus humanos y protectores sentimientos pueden ejercerlos, al menos en teoría, una única vez. Y esto crea problemas.

El subconsciente de muchos individuos no se ha resignado; son ninfocleptomanos, como si dijéramos, y no consiguen hacerse a la idea de que con una sola mujer tienen que conformarse; esto hace que miren a las demás, especialmente a las jóvenes y guapas, con la nostalgia que producen los caminos no andados y con una amargo sentimiento de frustración. Pobres hombres... tantas mujeres y tan poco tiempo.